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Por: Redacción La Industria

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Publicada el 16/11/2020 - 05:48 PM

[Opinión] Las redes y sus enredos, por Cecilia de Orbegoso


No pude evitar pensar en la validez de la frase “ojos que no ven, redes que te lo cuentan”. Sin embargo, no puedo ignorar tampoco lo peligroso de la interpretación cuando nos damos cara a cara con un silencio digital.

El milenio y los millenials, la pandemia y los dating apps, el TikTok, el Instagram, a fin de cuentas, no me da abasto la memoria del celular para tanta red social. Si me preguntan cuál es mi favorita, Linkedin es donde gasto la mayor cuota de mis Gigas. Ahora bien, eso no implica que yo considere que, en este espinoso reino en el que impera la realidad virtual y cada vez más se vive bajo la frase del “posteo luego existo”, nos encontramos realmente #blessed, más por el contrario, cada vez más me convenzo más de que estamos insalvablemente maldecidos.

La primera vez que me di cara a cara con este tipo de dilemas fue hace probablemente 6 años, cuando una colega que se encontraba estrenando al novio de la temporada, me confesó muy ofuscada que había descubierto que el susodicho le había estado poniendo recurrentemente comentarios y likes a ciertas muchachas despampanantes, las cuales poco creían el muy popular dicho de “al tanto exhibir se les va a mosquear la mercadería,”. 

Me quedan cortas las palabras para explicar la frustración de la muchacha, y cuando traté de argumentar que esta era una situación que no valía la pena magnificar, ella, cual chihuahua en celo y directo a la yugular, me recriminó “para ti es muy fácil hablar, tienes un novio que ni sabe usar su celular”. Efectivamente, suerte tuve. En ese momento mis problemas existenciales poco tenían que ver con redes sociales.  

Desafortunadamente la buena fortuna no me acompañó desde siempre, por lo que no me queda más que confesar que sí he caído alguna vez en el pecado de publicar con un único espectador como público objetivo. Mensajes subliminales de "me la paso bomba, no pensando en ti”, "Mira lo que te perdiste" o “veo que te estas olvidando de mí, déjame que te ponga un par de likes para confundirte”, para inmediatamente quedar a la expectativa de si el fulano en cuestión mordería la carnada y miraría el post. Tecnicismos aparte, en todos los casos de los que me he enterado, el resultado siempre ha sido el mismo: se pierde más de lo que se gana en este juego agotador.  

Por suerte fue cuestión de una sola vez, y después de haber hecho détox de ese temido juego de a ver quién la está pasando mejor, mi siguiente saliente, no solamente mayor sino bastante conservador, tenía la política de no utilizar ningún tipo de red social. 

Ay maravilla, fue realmente liberador… (mientras la felicidad duró). Post relación empezaron los problemas, cuando me di cuenta de que literalmente no tenía como saber si seguía vivo o había muerto, ya que (conveniente, pero a la vez irritablemente) su huella virtual era inexistente. Cualquier publicación era irrelevante y no me quedaba más que morderme la lengua y apalancarme en la posibilidad de un encuentro fortuito, más no en la efectividad de un post mío. 

Dejando de lado el campo del flirteo para entrar al de las relaciones, me gustaría hacer énfasis en algo que una amiga psicóloga me confesó una vez: si supieras la cantidad de parejas que vienen a buscarme a causa del WhatsApp. 

Yo, escéptica ,no terminaba de creérmelo. “¿Qué hablas, mujer?”, “claro que sí” me contestaba, para luego explicarme los patrones que veía cada vez más frecuentemente en sus pacientes y que poco a poco iban ganando terreno como la causa más recurrente de sus conflictos, ya sea porque tanto al novio como a la esposa los habían dejado “en visto” o porque le habían dado like a la persona equivocada. Yo, incrédula, le decía, “esto es algo que me parece ridículo”, “no querida, hoy por hoy eso fácilmente es causal de ponerle punto final al compromiso”. 

Haciendo un poco de focus group me di cuenta de que ya eran muchas de mis amigas las que, por razones de ansiedad, decidieron limitar al mínimo su contendido virtual. Por poner un ejemplo tangible: hace unos días mi quería amiga Josefina, quien se lleva el premio por ver sombras cuando ni ha salido aún el sol, me llama a contar que estaba bastante mortificada. “Elabora” contesté. 

Haciendo el cuento corto, me explicó que estaba pasando por una batalla existencial, cabe recalcar, hace mucho auto declarada. La pobre, que vivía con el novio, se había llenado de inseguridades. A pesar de que todo iba viento en popa en el mundo terrenal, el detonante de sus pleitos se basaba en la poca interacción que estos tenían en mundo digital. Ella le reclamaba que él la negaba. El hombre, desconcertado, no entendía de que le hablaban "Nada de palabras, necesito acciones...donde están mis likes en Instagram?". Y así, sucesivamente. Por suerte, antes de colmar el vaso y llegar al punto de no retorno, tanto Josefina como su novio decidieron tomar el asunto más deportivamente, (además de darle una baja temporal a sus cuentas de Instagram).  Hoy por hoy, sí bien su relación no ha terminado de superar el periodo de crisis, al menos al terminar de retirarle el hashtag a la situación, también lograron borrarle la etiqueta de “fracaso”.

No pude evitar pensar en la validez de la frase “ojos que no ven, redes que te lo cuentan”. Sin embargo, no puedo ignorar tampoco lo peligroso de la interpretación cuando nos damos cara a cara con un silencio digital. ¿Piensa mal y acertarás? ¿Por qué simplemente no nos dejamos llevar? Si el deseo es la madre del pensamiento, ¿será que inconscientemente buscamos razones para invocar al pleito?

Dejaré un consejo de una conocida mujer la cual, a pesar de que sus frases parezcan broma, no dejan de transmitir gran sabiduría: vive la vida y no dejes del Instagram te viva.


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