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Por: Redacción La Industria

ACTUALIDAD

Publicada el 28/11/2020 - 03:21 PM

[Opinión] No siempre el rojo asegura la pasión, por Cecilia de Orbegoso


Si te 'ghostean' alguna vez, esquiva esa bala y aléjate de él: "vete, olvida mi nombre, mi cara, mi casa y pega la vuelta".

La semana pasada, con ánimos de disfrutar un par de vinos casuales (ya no en soledad) y de hacer ese ejercicio de lengua que tanto me gusta y al que educadamente me refiero como catch up, fui a visitar a Miranda, una muy buena amiga quien de paso también es mi vecina. Es muy difícil que me deje ver en público con la cara lavada, y debo aceptar que mi CAPEX de mantenimiento no tiene nada de austero, pero dada mi costumbre de seguir religiosamente las últimas tendencias, decidí hacer un sacrificio y, previa advertencia a Miranda, dejarme ver por única vez con el outfit más popular de la temporada: pantuflas, pijamas y bata. Total, la confianza es grande, la noche oscura y la distancia pequeña entre su casa y la mía.  

Ni bien descorchada la botella, y tras hacer un resumen bastante ejecutivo de cómo nos estaba yendo en nuestros respectivos trabajos, llegamos a la parte más interesante y generalmente (aunque no nos guste aceptarlo) la causante de la mayoría de nuestros altibajos: La del corazón. En esta oportunidad nos centramos en las últimas novedades sobre cómo lograr interacción en los tiempos del COVID, tema que a mí me venía como anillo al dedo, dado que en estos asuntos tecnológicos me siento cada vez más foránea a los que, como yo, somos ahora considerados la generación del bicentenario.  

Ella, por el contrario, muy al tanto de absolutamente todo el abanico de posibilidades que ofrecían los datings apps, me contaba que ya hace mucho había descargado y tanteado absolutamente todos los últimos programas que ofrece el mercado. “Para poder opinar, primero hay que probar” me decía.

Los tiempos han cambiado y con ello las expectativas y planes que generalmente rodean a las primeras citas. Cada vez son más las amigas que me comentan que, en esta nueva normalidad que requiere de cada vez más creatividad e ingenio, tuvieron la posibilidad de experimentar de primera mano los clásicos paseos por el parque o (en el caso de las menos conservadoras y mientras tuvimos la opción de salir hasta las 10 pm aquí en Londres) ir a algún bar de moda y, si una chispa se prendía, tratar de atizar el fuego en casa...con suerte ardía.

Miranda, con una mezcla de emoción y picardía, empezó a contarme detalles candentes sobre los chicos con los que había decidido salir dentro de ese extenso buffet de opciones: un israelí bastante chapado debido a su año militar obligatorio, un inglés particularmente rechoncho y rosado, un argentino que lo que tenía de guapo le faltaba de simpático, y más.  Entre sus anécdotas me contó sobre una de sus noches más pintorescas, la cual fue protagonizada por un galán italiano, con el que el mes pasado fue a tomar un par de copas a un pintoresco bar del vecindario. Sin embargo, llegaron las 10, y con ello el toque de queda, y tomando en cuenta que el muchacho la había entretenido, ella, pecando tal vez de incauta o por el contrario de muy viva, decidió continuar la noche en su casa con un par de copas de vino.  

Miranda no había terminado de encontrar el descorchador entre los varios cajones de su cocina cuando su proactivo galán de una noche, con un solo movimiento, se despojó de sus ropas. Al salir de la cocina e ir hacia la sala, Miranda se encontró con una imagen que hasta mí me sigue perturbando. El hombre sobre el chaise longue, a lo Julio Cesar, hacia un despliegue de su ropa interior roja. “Muy cooperador, él” me decía Máxima, “ya que había quedado conmigo, decidió ponerse sus mejores galas eróticas”, mientras que a mí me daban calambres en la barriga de la risa. Ella continuaba diciéndome “no me queda duda de que ese calzoncillo estaba escogido especialmente para mí”. Mi pobre amiga no sabía qué hacer para sacar al muchacho de su sala. A la tercera copa de vino me confesó, “bueno, a nada”. El muchacho se quedó a dormir.  

La siguiente semana, tras ser decretada la segunda temporada de las crónicas de una encerrona anunciada, dada la falta de bares y restaurantes a los cuales acudir, no quedaba más que conformarse con tranquilas caminatas, en plena luz del día, en los parques. Miranda se la pasó varios días mandándose pícaros mensajes con un muchacho quien, según lo publicado, tenía como centro laboral el zoológico de Londres, donde, muy orgulloso ostentaba el cargo de cuidador de monos. Todo había sido un falaz cuento para parecer más interesante, como confesó tras un par de conversaciones, ya que el hombre se dedicaba a correr carros, detalle que se vio confirmado cuando la fue a recoger ni más ni menos que en un Ferrari. "Encantador, el chico", me confesó Miranda. Sin embargo, había un pequeño detalle: él, un poco más narciso de la cuenta y, en el adictivo juego de visitar al cirujano para recuperar la efímera juventud, se había estirado tanto la cara que cada vez que se reía, Miranda veía como hasta los dedos de las manos se le tensaban.  

A pesar de que la lista de galanes continuaba, había uno con el que la comunicación perduraba: James, un inglés de 35 años que vivía muy cerca a su casa. Entre ellos ya varias cosas habían pasado y estaban en el punto en el que se mensajeaban todos los días. Algunos días él iba donde ella, otras ella se quedaba donde él, todo iba viento en popa. Pero ¡ojo! a pesar de haber navegado sin contratiempos por casi una semana, para que el Titanic se hundiera bastó solo un día. El muchacho, como si nada, hizo acto de desaparición. “No sé qué pasó, Un día me llena de notificaciones y al día siguiente no me contesta más ¿qué hice mal?”

Mientras que yo trataba de explicarle que era una víctima más de lo que hoy conocemos como “ghosting” en su versión soft. “Si, es confuso que alguien que parecía tan interesado en ti desaparezca de repente, pero déjame decirte: c´est la vie. Les ha pasado a todas, también a mí”.  De la nada, la otra parte pone una que otra excusa, el interés va desapareciendo, la “carga de trabajo” cada vez es más “pesada”, hasta que de un día para otro la comunicación cesa. Miranda, más que con el corazón, con el ego magullado, me decía “¿este qué se ha creído?, yo no soy material para ser ignorada. Además, creo que ya he pagado en esta vida mi cuota de martirio con toda la mala experiencia que he vivido”. 

No me quedó más que decirle “a tomárselo deportivamente. Lo que es. Bien. Lo que no, también.  Y, además, la moraleja de la historia: Los motivos para hacer 'ghosting' tienen más que ver con ellos que contigo” (sin ánimos de atribuir un género específico a estos discípulos de la escuela de Houdini, ya que es bien sabido que estos vienen en todas formas y colores, y estos pueden ser tanto mujeres como hombres). Después de todo, si una persona con la que se mantuvo comunicación constante y súbitamente decide cambiar de opinión, agradécele al Señor que de ti ese cáliz apartó... ¡tremendo favor! Así que si te 'ghostean' alguna vez, esquiva esa bala y aléjate de él: "vete, olvida mi nombre, mi cara, mi casa y pega la vuelta" no merece la pena y a lo señora Laura "que pase el siguiente desgraciado". Total, todavía nos quedan muchos dating Apps por descargar.




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