Para conocer la historia de un pueblo, hay que rescatar las voces de sus habitantes. El primer libro de Rosa Luz Alva es un trabajo de investigación que, con mucho esmero, cuenta la vida de Contumazá y le ha otorgado valor a los 14 personajes que aparecen en ‘Voces de triunfo’.

La autora cuenta la historia de la provincia cajamarquina a partir del testimonio de los hombres y mujeres que se dedican a los tradicionales oficios por más de 40 años.

Ahí aparecen la labor cotidiana de el caballero más longevo, el carpintero, la emolientera, el heladero, el herrero, el huesero, el músico, el panadero, la profesora, el sastre y el juez, la señora del blando, el tamborero, la tejedora, el zapatero.

“A partir de estos personajes, podemos entender la historia de los últimos 50 años de Contumazá. Un pueblo muy comerciante”, expresa Alva.

Rosa Luz es prima hermana de los hermanos Walter y Dante Alva, el arqueólogo y el periodista provenientes de Contumazá, respectivamente. Precisamente, la escritora ha ejercitado la labor arqueóloga de recuperar nuestro pasado, ofrecerles un valor a los personajes de los oficios, y mediante la investigación periodística llevar a los lectores a conocer estas historias. “Contumazá es tierra de intelectuales y buen trigo”, como es popularmente conocido el pueblo.

La autora tardó dos años para procesar su libro sobre Contumazá, “un pueblo chiquito de 30 mil habitantes, que se ubica a 2 600 metros sobre el nivel mar”.

“Yo nací en Contumazá, y a los tres años a mi padre se fue a trabajar al Internacional Petrolium Company en Talara. Entonces, yo estudié en Talara tanto la primaria como la secundaria y luego viajé a Lima para realizar mis estudios superiores. Ahora, toda mi familia está en Trujillo”, relata Alva.

Rosa Luz vivió 20 años en Santiago de Chile donde se dedicó a ser maestra, especialmente, de niños sordos. Luego, se instaló nuevamente en su ciudad natal donde comenzó a trabajar en su primer libro ‘Voces de triunfo’.

“Allá en Contumazá me levantaba muy temprano y siempre veía a un señor que pasaba con varios tambores, zampoñas, las flautas. Y tocaba dos instrumentos a la vez, y siempre me llamaba la atención. Tenía cantidad de tambores que llevaba en el hombro. Entonces lo seguí hasta la plaza de armas y pregunté quién lo hacía y me explicó que él. Con la pancita del cabrito lo confeccionaba y luego lo templaba bien y con las hojas del maguey podía hacer las tiras para crear finalmente el tambor. Así hacía todos los instrumentos musicales. Él sabe tocar lindos yaravíes”, rememora Rosa Luz.